En la calle, en
el metro,
en el parque, en
la iglesia,
en cualquier
esquina,
aparecía y
desaparecía
el querido
violinista.
En la acera que
el habitó
hoy es pródiga
de diferentes
artistas que con
su talento,
armonía dan al
caminar del habitante.
En el metro
decía tenerlos
a montones
espectadores,
de vagón a vagón
deleitaba
con su música en
violín
hasta el cesar
de los vagones
en el túnel
lóbrego.
En los parques,
niños y padres
los más
agradecidos al escucharlo,
donde al son de
cuatro cuerdas
movidas por arco
en mano
y partitura en
cabeza,
a estos entonaba
y danzaba.
A las iglesias
que acudía
pocos le
distinguían,
pues dentro
órgano y coro
era la música
escogida,
algunos pocos a
su salida,
en su gorro
arrojaban calderillas.
En cualquier
esquina,
desde balcones y
ventanas
al violinista se
le veía y sentía,
hoy, en las
calles, en las paredes,
en el metro, en
los vagones,
en los parques,
en los árboles,
y en las
iglesias, su esquela dormita.
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