Inquietos
y vacíos golpes suenan
al son del
picaporte en la puerta
vieja que
tantas veces te vio
entrar y
salir por ella.
Has
llamado tan suave, que ni golpeando
con los nudillos hubiera yo sentido
con los nudillos hubiera yo sentido
la
inquietud de tus manos.
Un suave
silbido arrastrado por el viento
se cuela
por las ventanas acariciando
el rostro
de quien tras ellas observa.
Lágrimas
caídas del cielo
riegan el
jardín que antes florecía,
ahora,
espera triste las manos que le mecían.
Estancias
llenas de recuerdos
anhelan el
llegar de tú paso lento,
falta el
cambio diario que ofrecía tú talento.
Tu figura
permanece dibujada en la cama,
tu cara y
tu respirar en la almohada,
tus largos
brazos cogen las sábanas
que
sutilmente abrigan mi descubierta espalda,
tus pies
aún calientes, recogen los míos fríos,
ya me
siento más aliviada.
Arrebatado
tú ser, devuelto tú alma,
el corazón
ya no me estalla,
calmado se
encuentra al sentir tu presencia
en cada
silbido, en cada estancia,
en cada
gota de agua,
es mi vida
de nuevo dibujada.
Al alba
alegre me llamas,
en el
ocaso, a las estrellas fugaces
un deseo a gritos les
estalla.
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